martes, 14 de febrero de 2017

Rituales del fin del mundo

 “You can't dismiss this sick transmission huffs your brain
Exhale your will and forget I ever knew you”

No love- Death grips

La inexactitud consiste en que yo no dije, como usted ha entendido, que los hombres extraordinarios están autorizados a cometer toda clase de actos criminales. Sin duda, un artículo que sostuviera semejante tesis no se habría podido publicar. Lo que yo insinué fue tan sólo que el hombre extraordinario tiene el derecho..., no el derecho legal, naturalmente, sino el derecho moral..., de permitir a su conciencia franquear ciertos obstáculos en el caso de que así lo exija la realización de sus ideas, tal vez beneficiosas para toda la humanidad…”


Crimen y Castigo – Fedor Dostoievsky


 Pensar en la posibilidad y no en los límites. En un libro clásico de nuestra delgada y angosta literatura chilena, “El socio” de Jenaro Prieto, se cuenta la historia de Julián Pardo, un hombre de negocios que absorbido por una mentira crea un alterego que termina por asesinarlo. Una idea que se sale de control y logra remecer los límites de la imaginación. En esa pequeña rendija de locura es donde se desarrolla Mr. Robot (2015), una historia que colisiona contra las barreras blandengues de la moral. Solo Breaking Bad (2008) se acerca a la complejidad del protagonista del relato: un oficioso trabajador de las malas artes, un curioso impertinente frente a las cárceles del miedo y los intereses de quien maneja los hilos de la normalidad.
Un historia cercana para futuros nativos virtuales insurrectos. Nativos auténticos de una época posmaterialista, con basura tecnológica como abono. Un grupo de indígenas de la aldea global que pretenden derribar los castillos en el aire del capitalismo. Con Mr. Robot pienso en un resurgimiento de la ideología. Hacktivismo como la curiosidad al servicio del caos, incompatible con la moral y la paz armada imperante. Su argumento es claro: un grupo de hackers que logra atentar contra una mega empresa conocida como E. Corp. Su personaje principal es Elliot, un asesor de seguridad informática de grandes conglomerados. La trama se desarrolla en los suburbios de un New York rata y opaco, entre contradicciones de un sistema económico que merece ser cuestionado con acciones directas.


“Descubrir lo real que hay en la ficción”, afirma Zizek en The Pervert's Guide to Cinema - Lacanian Psychoanalysis and Film (2006). Esta idea implícita pareciera guiar la serie. A menudo las propias sospechas de Elliot contaminan la narración y nos impiden la certeza frente a lo que vemos, cuestionando incluso nuestro rol de espectadores. Su alterego, encabeza una campaña ejemplar, un manual para los disconformes que están dispuestos a hablar en código binario. Un perfil comparable con el Tyler Durden de Chuck Palaniuhk, el señor Hyde de Stevenson o el ya clásico Walter Davis. Con el ímpetu de Hannibal (2013) protagonizando una conspiranoia de Black Mirror (2011).
Es su lenguaje visual novedoso, finalmente, el que logra ese efecto de ambigüedad entre personajes volátiles, guarenes rata, magnates obscenos e insurrectos prolíficos. La ingenieria social y el doxing son las principales armas de esta revolución cyberpunk que amenaza con cambiar el mundo, cueste lo que cueste. Elliot se erige como un Lautaro con los medios más sofisticados de su tribu, reventando sus fosas nasales y las fosas marianas del internet, baneando especuladores vendehumos. Por qué finalmente esa es la discusión. ¿Cuál es el costo de hacer desaparecer la ficción del dinero de la vida real?

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