lunes, 2 de enero de 2017

201666

Un año, una nueva oportunidad. 365 días de un calendario del que reniego, por su calidad de calendario, por cada uno de sus días. Un año nuevo y 365 nuevas formas de morir. Con menos capacidad pulmonar, con marcas en los huesos y costrar en la conciencia. Tajos que sonríen como cicatrices, una delgadez que me inviste con el honor de un pastabasero. Pero eso es solo la apariencia de un flacucho digno del tercer mundo, con aflicciones e infecciones en la voz encigarrada, rasgada por el ímpetu de un grito crudo, enrevesado pero mudo.
Un nuevo año por escribir en la piel. Siento que me acerco a un momento cúlmine, una instancia habitada por hijos y viejos amigos en una noche con estrellas y pecas en el cielo. Sin luz. Teniendo sexo y conservando el rubor de la calentura para los días siguientes. Con ganas de salir del pozo sin posar, de caminar acompañado sin temor a creer, a confiar, a desarraigarme de mí mismo. Al parecer es la única ley de la vida: el movimiento. Bailan las neuronas, bailan los átomos, baila la gente para sacarse el 201666 de encima. Yo también, aunque no sé si baile pero por lo menos lo intento.


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