martes, 16 de febrero de 2016

MOGLI, el niño de la (S)Celda

El marcador de un encuentro en cero. Como dos rivales clásicos en la definición de un campeonato. En este caso la vida, nada menos importante. Un amistoso, al final de cuentas.
Una amistad de cercanos extemporales, un edificio erigido sobre recuerdos aciagos, sobre pesadumbre al fondo de una celda. Quizás imágenes familiares que se heredan como el alcoholismo. O tal vez prácticas comunes de un imperativo llamado posmodernidad. Con soluciones retóricas y actos de violencia inusitados. De sangre y cristales, de calabozos por quemar calabazas. De princesas sin coraje, princhipesas de televisión.
Un trago y una serie de pensamientos deformes que deforman fetos. Fetos, fosas y fasos. Una canción de Arjona decía uno de los comensales. El otro le palmoteaba el hombro, sobrellevando una risa compulsiva, esa risa nerviosa que emerge cuando afloran nuestros miedos. Pensamientos deformes que hacen mutar a la rabia con puntos de inflexión que la amistad logra amortiguar y reducir.
La conclusión del encuentro: muerte a los sapos. Una especie que debe ser exterminada bajo un régimen marcial. El deber de eliminar al esquirol, al soplón después de varios siglos de revoluciones. Crucifiquen a la Espinita en la punta del puño. Al Alcahuete venido a Alcapone, al que canta y sus males no espanta. Resulta estrictamente necesario reventar al lisonjero con pretensiones de poder. Piensa uno. Debemos desollar al que olvida el filtro. Piensa el otro. Un sacrificio animal por el bien de los humanos, por la sobrevivencia de lo que ambos llamaron amistad. En su mente.








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